Historia de un pueblo
Publicado por juanalrln03 el 25 Abril 2011
Por Andrés del Río
Don Esteban del Río paseaba tranquilamente con su bastón de caoba por las calles de la pequeña villa. Le gustaba salir a caminar por las tardes, cuando la gente comenzaba a salir de sus casas después de la siesta. Él no dormía, pues a pesar de ser jubilado, le gustaba más leer bajo el sol de la sierra cordobesa argentina.
Pero hoy había salido antes, ya que el libro que estaba leyendo le ponía muy nervioso, y eso, para un corazón de 80 años, no es muy bueno. Pasando cerca de la iglesia, encontró algo nuevo, sorprendente.,
¿Vieron que en las ciudades, con todo el ajetreo y la rutina, unas obras pueden pasar desapercibidas? En un pueblo, no. Ahí se constituye un blanco de habladurías, y ese blanco puede ir desde cosas tan distintas como una boda a la remodelación de una casa parroquial, como era el caso que presenciaba Esteban. Esto no es ni mejor, ni peor: es la diferencia entre pueblo y ciudad, así debe ser y así será.
Pero no estamos en un pueblo cualquiera: Estamos en la sierra cordobesa, en Argentina, donde los días van a cámara lenta. Y Esteban, a pesar de ser emigrante español, ya vivía como un cordobés más, sin prisa, con alegría y tiempo para charlar con cualquiera. Así que se dirigió al capataz de la obra.
-¿Y, don? ¿Cómo va la obra? ¿Avanzando, nomás?
-Uhhh… estamos mal pero vamos bien, abuelo. Como en un año lo terminamos-respondió el ocioso capataz.
-¿Cómo, un año? ¡Levanto yo esta casa en 3 meses, solo y con 80 años, hijo.
-Y, abuelo, no digo que usté no tenga fuerza. Pero es un problema de política, ¿vio? Está atascada.
-¡Cómo! No sabía que ahora usaban la política para reparar casas!
-No, no es eso, don- rió el capataz-Mire, allá está el curita que vino recién hace 3 días, hable con él, que ya le explica.
-Y, bueno. ¡Siga trabajando nomás, buen mozo!
-Sí… trabajando…-murmuró el capataz.
Esteban se acercó al curita. Era éste un hombre joven, bajito y con un aire entre despistado y sorprendido, que se reflejaba en una cara muy morena, de hombre de campo que está acostumbrado a la única compañía del campo y del ganado. No era así, sin embargo, en el caso del cura, pues su deber es tratar a las personas.
-¿Qué le anda pasando, buen hombre?-preguntó Esteban.
El sacerdote lo miró, con cara de desconcierto.
-Y… Yo, la verdad, entiendo poco de esto. Resulta que llego hace 3 días a este pueblito, y voy a ver las iglesias. La de acá, la vi, y está muy bien. Quise celebrar la misa de bienvenida el mismo día, en esa iglesia, así que fui a presentarme y avisar al convento de 4 calles más allá. Cuando llego, y les aviso de la misa… ¡Se pusieron como fieras! ¡Me echaron del convento! No lo entiendo.
-Y, usted sabe, señor, se trata de la costumbre…-empezó a explicar Esteban.
-¡No me diga!- exclamó el sacerdote-¡Con esas monjas por acá, ya entiendo cómo falleció mi antecesor, don Fernando!
-Me refiero a que la gente acostumbra a ir a Misa a la capilla de las hermanas. Si usted organiza una Misa en la iglesia central, no se pasará la colecta por el convento de las monjas, y se quedarán sin dinero.
-Mirá vos, las monjitas…
-Poderoso caballero es don Dinero, que dicen en mi tierra, don! ¿Y hay algún problema más? Porque veo las obras muy paradas.
-Y, sí. En eso hay un lío medio raro también. Resulta que la casa parroquial estaba medio derrumbada. Entonces le pedí ayuda al intendente, éste habló con el obispo, y decidieron pagar a medias la casa. Pero hubo elecciones, ¿vio?
-No, no vi. Yo de la política me olvido como del paraguas en un día soleado.
-Pues ganó un tipo medio rojo, Fontanarrosa. Y, como se lleva mal con el obispo, las obras están paradas.
-¡FONTANARROSA! ¡Ese tipo es más rojo que los diablos! Todavía no llegó el día en que el humilde ciudadano de a pie se deje dominar por las mentiras rojas! ¡Usted espere tranquilo, don, yo arreglaré las obras y alguna mente por arreglar!- dicho esto, procedió a irse don Esteban al bar que frecuentaba Fontanarrosa.
-Tuvo algún problema con Fontanarrosa?- preguntó el cura al sacristán, que conocía ya a don Esteban.
-Y, no, lo que pasa es que el pobre hombre vino huyendo de los rojos, desde España.
-Ah. Por la Guerra Civil…
-No, por su señora madre. Lo ponía rojo con todo el trabajo que le mandaba. Tan “coloráu” como los tomates.
Caminaba Esteban rápidamente (todo lo rápido que le permitían sus 80 años) hacia el Bar Ato, en el que solía estar jugando al Estanciero (Monopoly argentino). Tenían ellos 2 una relación extraña, pues se conocían de jóvenes y, aunque la mayor parte de las veces se llevaban bien, en cuestión política se llevaban a matar. Suerte que ya no podían volar las manos, teniendo Esteban 80 años, y el incombustible Fontanarrosa, que se negaba a jubilarse, 75.
-Bueno, Fontanarrosa, no parás quieto, se ve, ¿eh?- saludó Esteban.
-Y vio, al final la política justa siempre triunfa, ¿no?
-Decime qué tiene de justo dejar sin casa a un pobre sacerdote joven.
-Ah, eso. ¿No tienen los curas ya una casa, que dicen que es la casa de Dios, y la suya también? ¿No les basta con una, a los tipos?
-Dejate de joder, cómo se nota que vos sí que vivís bien, a pesar de ser comunista- dijo en un tono más agresivo don Esteban.
-Pará, loco, pará. ¿Sabés en qué estoy invirtiendo la plata que no gasto en esa casa? En otra casa, más útil, la casa del saber, la escuela. También necesita remodelación.
-¡Pero si vos no pisabas la escuela de joven!- se encolerizó Esteban.
-Uhh, lo dice el que dejó 3 materias en secundaria, mirá vos…
-Mirá, vamos a resolver el tema de modo pacífico- Esteban calmó el tono, en parte por los demás clientes, en parte porque se sabía más viejo, y (en caso de pelea) peor parado.
-Tenés razón- concordó Fontanarrosa, mirando el Estanciero.
Esteban se relajó, al ver que Fontanarrosa acudía, finalmente, a la inauguración de la casa parroquial, con el Belén de Navidad.
-No entiendo cómo puedo estar haciendo esto- murmuró Fontanarrosa- no debí resolver el conflicto vía Estanciero.
-Sabía que los comunistas no eran buenos en las finanzas- rió Esteban.
-Claaro, ustedes los burgueses, en cambio, sí saben enriquecerse con hoteles y compañías, a costa de la población.
-No empecemos otra vez, viejo, y mirá el Belén. ¡Éste es Fontanarrosa!- exclamó Esteban, señalando el buey.
-¡Y éste, don Esteban!- dijo Fontanarrosa, señalando a la mula.
-¡Bah! Entre animales, siempre nos entendemos.
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