<!–[if !supportLists]–> La televisión de nuestra vida
En España un ciudadano ve la televisión tres horas y tres cuartos de promedio todos los días. La cifra parece increíble cuando uno piensa en su propia vida, pero, poco a poco, va tomando sentido. Cuando nos levantamos, muchos de nosotros conectamos el televisor y, medio dormidos, lo mantenemos de fondo con las noticias. A menudo, al llegar a casa volvemos a conectarlo mientras hacemos la cena y nos distraemos viendo un concurso, una comedia, una película o un poco de telerrealidad… Y si vamos sumando podemos comprobar, despavoridos, que veinte minutos por la mañana más la presencia constante del aparato desde las siete y media hasta cerca de las once hacen las casi cuatro horas de promedio que dice la encuesta. Pero el consumo televisivo es muy errático y una de las variables más claras es la edad del espectador: cuantos más años tienes, más televisión consumes. O, lo que es lo mismo, los jóvenes de secundaria, por ejemplo, ven la televisión dos veces y media menos (cerca de 140 minutos al día) que los mayores de 65 años (aproximadamente 320 minutos al día). El 42,5% de estos jóvenes se conecta todos los días a Internet, mientras que un 89,6% mira la televisión todos los días.2 Y lo que también es espectacular es que, mientras de televisión el grupo de los adolescentes es el que menos consume , en el caso de Internet, en cambio, es el que más lo hace. Los medios en general son fascinantes, y la televisión e Internet lo son especialmente. No es de extrañar que gusten tanto a los adolescentes y que, junto con los videojuegos, hagan que éstos consuman su tiempo libre enganchados a las pantallas del televisor o el ordenador. Pero ¿qué influencia tienen en su comportamiento, en su formación?. Desde un punto de vista amplio sabemos que, sin duda, los medios contribuyen a la formación de la personalidad de todos los que los utilizan. Pero también sabemos que no son unívocos y que sus mensajes influyen y forman, a veces de un modo absolutamente contradictorio.
Las tendencias son claras, pero aún no tenemos claro hacia dónde nos llevan. Cada vez más, el consumo de medios, especialmente de televisión e Internet, se realiza de forma individualizada; cada uno con su tele o su ordenador, situados en su habitación. Cada vez es más difícil descubrir qué diferencia hay entre los dos medios, ya que la interactividad característica de Internet también lo será, en pocos años, de la televisión. Las modas, los estilos y los pensamientos que reflejan los medios son cada vez más plurales, lo que no quiere decir necesariamente que sean más democráticos, y nuestros jóvenes también tienen estos comportamientos tribales muy marcados. Conocemos el camino, pero no vemos el final. Quizás porque, sencillamente, en esto de los medios no hay ningún tipo de final…
1.2. Televisión, comunicación y cultura
Los medios de comunicación han definido la cultura del siglo XX. Hijos del nuevo mundo nacido con la Revolución Industrial, nos ayudan a entender la evolución de la vida en las grandes ciudades y las necesidades de socialización de una población que, progresivamente, pierde los referentes de la cultura tradicional. Pensemos sólo en la situación en la que se encontraba un habitante de un país occidental a finales del siglo XIX: los únicos medios de comunicación masivos eran los diarios y los folletines, pero evidentemente, hablar a finales del siglo XIX de masivos es simplemente una cuestión cualitativa en comparación con los medios de información individualizados. Buena parte de la población era analfabeta o bien no tenía acceso a esos diarios y folletines.
El siglo XX lo cambia todo. El acceso a la información se generaliza, a menudo con géneros y métodos muy alejados de los que reclamaba y hacía suyos la cultura clásica. La narración se convierte en el sistema más fascinante para llegar a obtener información. La aparición de la radio comercial, en 1920, es un fenómeno que complementa la pasión que el mundo sentía por el cine. El cine mudo y la radio sonora dan vida a la fantasía de la próxima aparición de la televisión, un invento inexistente entonces pero que ya había sido bautizado en 1907 por uno de los padres de la ciencia ficción, Hugo Gernsback.
La televisión comercial nace en 1929 En el año 1932, el ingeniero Vicenç Guiñau compra un aparato de televisión y lo exhibe en su tienda de la calle Aribau de Barcelona. Los diarios de la época dicen que la gente hacía colas para ver el aparato, que, como es natural, no debía de estar encendido porque no había ninguna señal que pudiera captar. No fue hasta el año 1948 cuando, por primera vez en España, se pudo visionar la televisión. Fue en la Feria de Muestras de Barcelona, en una demostración de la casa Philips. Así pues, ya desde el principio de todo, la televisión y, con ésta, todos los otros medios de comunicación masivos provocan el embelesamiento de todo el mundo. La televisión es el cine en casa, es la radio con imágenes, es el final de todo… Una vez haya televisión ya no harán falta los cines ni el teléfono, los libros o los diarios. La televisión nos lo dará todo. Por razones obvias, la televisión no se implanta en la mayoría de países occidentales hasta la década de 1950. Es la época del boom de los electrodomésticos, y no se levantan voces críticas, como mínimo ninguna con demasiada fuerza, contra la televisión y contra lo que ya se denomina cultura de masas.
En la década de 1960 las cosas cambian: la televisión deja de ser vista por muchos intelectuales como aquel aparato amable que entretiene de forma inocente a partir de las siete de la tarde. Ahora, cada vez más, la televisión se convierte en un monstruo devorador del espectador, especialmente de los chiquillos, que ante la fuerza de las imágenes y los sonidos se convertirá en un esclavo del gregarismo.
Es aquí donde nace el debate en torno de las virtudes y los peligros de la televisión. Un debate que aún protagoniza las tensiones sociológicas sobre el papel de los medios de comunicación de masas en la sociedad contemporánea y que Umberto Eco interpretó perfectamente en el libro Apocalípticos e integrados, publicado en 1965. Para él, el apocalíptico es quien ve con desconfianza las nuevas técnicas de creación y difusión cultural. Tiene una visión aristocrática de la cultura. Para un apocalíptico es un contrasentido hablar de cultura de masas porque es inconcebible cualquier cultura compartida por una masa. La masificación cultural sólo es infracultura. En cambio, el integrado es un personaje optimista. Vive de la cultura, pero no se preocupa por la cultura. Para él, la libre circulación de los productos culturales es naturalmente buena. La masificación cultural es, simplemente, un sinónimo de democratización cultural.
¿Dónde nos lleva todo esto, a principios del siglo XXI? En estos momentos, como hemos comentado antes, el consumo televisivo de niños, adolescentes y jóvenes está disminuyendo de forma sostenida. El ocio familiar, que durante cuatro décadas ha pasado necesariamente por la televisión y, en menor medida, por el cine, está cambiando, igual que están cambiando las familias. A estas alturas aún salen voces que afirman con orgullo que “en casa, cuando cenamos juntos no tenemos el televisor encendido” como si fuera algo excepcional, cuando lo excepcional empieza a ser el hecho de cenar juntos y no de qué modo lo hacemos. La cuestión, pues, ya no se centra en nuestra visión de los medios y de su papel cultural, porque los medios han dejado de estar frente a nosotros para pasar a estar dentro de nosotros.
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Sería muy fácil atribuir a los medios, especialmente a la televisión y a Internet, estos cambios que ahora nos parecen a peor. La televisión y la red son, cada vez más, extensiones de nuestro propio tejido social. Cuando nos horrorizamos porque el horario nocturno de prime time de los viernes es el que acoge más espectadores de 3 a 12 años de toda la semana, a menudo cargamos contra las televisiones. ¿Y qué deben hacer? ¿Dejar de emitir a esas horas para concienciar a los padres de la necesidad de que los niños duerman? Y también cargamos contra la televisión cuando descubrimos programas alienantes y embrutecedores , pero no nos acordamos de que, si bien pueden captar mucha audiencia, no dejan nunca de ser minoritarios, no dejan nunca de formar parte de un entramado de símbolos e iconos que definen nuestro tiempo. La televisión o Internet son también retratos de Dorian Gray que nos devuelven una imagen de nosotros mismos, aunque no nos guste. Disfrutar con las retransmisiones de fútbol no es menos anómalo que disfrutar con Operación triunfo, o El diario de Patricia.
Así pues, ni apocalípticos ni integrados. Igual que somos críticos y, al mismo tiempo, apasionados con el entorno que nos rodea, así de críticos y apasionados debemos ser con los medios de comunicación.
1.3. La industria de la televisión
La televisión es una industria que no deja de evolucionar. Este año Televisión Española celebra los cincuenta años de emisión, pero el panorama de la televisión en España es muy diferente del del período “heroico” de las primeras transmisiones que reunían a los vecinos en el bar de la esquina. Los costes de la programación son muy altos y las cadenas de televisión se disputan las audiencias a fin de conseguir más recursos publicitarios –a partir de la nueva ley de la televisión sin fronteras de la UE, la publicidad puede ocupar hasta cinco horas de la emisión de una cadena. En un mercado tan disputado, las televisiones reparten el tiempo entre la información, el entretenimiento y la persuasión. La información ha evolucionado desde los clásicos teleinformativos, con las noticias del día, hasta programas de prensa rosa, que convierten la información en entretenimiento.Por otro lado, el entretenimiento ya no se concentra en las películas y las series de ficción, y ha encontrado un nuevo modelo en los reality shows.Y la persuasión no se limita a los anuncios, sino que aparece en forma de publicidad indirecta en los concursos o los productos que vemos en las series.
También cabe destacar la importancia que dan las cadenas a las autopromociones de programas, otro formato persuasivo Todas las cadenas luchan por tener un share, un porcentaje de audiencia, muy alto y el marketing televisivo se vuelve muy conservador, de tal modo que la calidad no parece un objetivo destacable y las estrategias de las empresas de televisión se parecen a la estrategia de las marcas de gran consumo que encontramos en los supermercados.
Por ejemplo, un caso que está sobre el tapete ahora: ¿cuál es el posicionamiento que pretenden los propietarios de las nuevas cadenas de televisión digital terrestre (TDT)? No resulta nada fácil descubrirlo. Todas parecen entregadas al refrito de contenidos o a la incorporación de programas de bajo coste. Y los movimientos de las empresas para hacerse un hueco en la TDT no se corresponden con la idea de procurar servicio al consumidor, sino más bien con actuaciones de carácter puramente economicista y de estrategia empresarial: con más canales (marcas) se puede negociar mejor el precio de los contenidos, se dificultan las políticas de absorción por parte de competidores, se ocupa terreno para evitar que se apoderen de él los competidores existentes o los potenciales, y se puede conseguir sumar una cuota de mercado que de otro modo ya no se podrá conseguir nunca, con las consecuencias que esto conlleva.
Otro parecido notable entre las tendencias del marketing de gran consumo y el marketing de los medios de comunicación es la brevedad de los ciclos de vida de los productos –las revistas, los programas de radio, el tipo de información o el modelo de programas de ficción–, por mucho que con la innovación tecnológica se abran nuevas ventanas de explotación con más o menos éxito. La lucha por el share es prácticamente homologable a la disputa de las marcas de gran consumo para mejorar su presencia en las estanterías del punto de venta. Aplicado a este caso, el valor de un minuto de emisión es demasiado alto para mantener contenidos carentes de éxito; sale más a cuenta no amortizar un programa que arriesgarse a perder espectadores. Esto tiene una consecuencia directa en la innovación de productos de comunicación: se realizan múltiples variantes de los productos de más éxito y se reduce la posibilidad de presentar contenidos realmente nuevos. O desaparecen de la parrilla televisiva. Como ha ocurrido con los bloques de programación infantil, que las televisiones privadas han limitado a las franjas matinales del fin de semana, cuando los padres descansan y los niños se concentran en los dibujos animados.
¿Desaparecerán todos los programas que no sean partidos de fútbol o series protagonizadas por familias y detectives forenses? No necesariamente. Las tendencias de la televisión nos dirigen hacia un futuro caracterizado por la multiplicidad de canales, por la segmentación del público en franjas de edad, lo que facilita la distribución de los anuncios en función de lo que denominamos público objetivo, o por su agrupación según “gustos”: deportes, viajes, niños, cocina, información, etc. La tiranía del share se verá sustituida por la especialización de la programación de cada canal.
1.4. Los límites de la televisión
. ¿Y cuáles son esos límites? Opinamos que lo que tensiona el medio televisivo son los aspectos que afectan directamente a la ética y el modelo de representación que “diseña” la televisión.
El carácter educativo de la televisión no se vehicula a través de las posibilidades didácticas del medio y el lenguaje audiovisual. La televisión no es un libro de texto, y un documental se visiona y se disfruta como espectador, no como estudiante. Todo esto ha sido muy estudiado y ya lo sabemos. Cuando hablamos de educación, en este caso, nos referimos a los aspectos socializadores de la televisión, aquello que afecta la adopción de modelos de conducta. ¿Quién define el concepto de intimidad en el siglo XXI? Los programas del corazón hacen de la intimidad espectáculo. ¿Y la violencia? ¿Es lícito hacer de la violencia espectáculo y potenciar el discurso del horror en una sociedad en la que aumenta la violencia doméstica y la violencia global? Por todo esto, a fin de aportar materiales y pistas para desarrollar un criterio crítico respecto al “consumo” de la comunicación, presentamos cinco bloques temáticos que, por ahora, definen las fronteras del medio televisivo en el ámbito de la información.
• Los medios como modelos. ¿Cuáles son los límites en la representación de unos modelos de comportamiento que afectan el imaginario de los espectadores pero que no son representativos de la realidad social actual?
• La independencia informativa. ¿Cuáles son los límites entre la exposición de las noticias y su interpretación subjetiva?
• La representación de la infancia. ¿Cuáles son los límites en la utilización de la imagen de niños en la programación televisiva?
• La telebasura. ¿Cuáles son los límites de la información respecto al derecho a la intimidad de los ciudadanos? ¿Cuáles son los límites de un modelo de programas que convierten las relaciones interpersonales en espectáculo?
• ¿Y cómo debe regirse la autorregulación en el periodismo para evitar que meros rumores se conviertan en noticias?